Foto: Orlando Durán
Quien ve a Roxana Hernández Torres por primera vez, no concibe que la luz huyó de su vida hace siete años porque sus ojos continúan con la viveza y frescura de una juventud que permanece en ella y hace desaparecer la realidad de sus 37 años de edad y su condición de ciega profunda.
Mi fotógrafo y yo llegamos al taller especial del municipio Camagüey donde labora un grupo de personas con diferentes discapacidades. Era el día de celebración por los resultados productivos del año y del cumpleaños de varios trabajadores, entre ellos Roxana.
Alegre y jaranera se encontraba en el patio del taller, con el resto del colectivo. Iba de un lado a otro mostrando las habilidades aprendidas y aprehendidas. Pero sólo nos dimos cuenta de su ceguera cuando el administrador, a petición nuestra, escogió a un grupo para las entrevistas.
Y aquí la tenemos frente a nosotros, haciéndonos reir con sus respuestas ágiles, amenas y repletas de amor a la vida.
“A los 31 perdí la visión pero ya a los 18, me operaron con la ozonoterapia por presentar el padecimiento de retinosis pigmentaria, de todas formas me quedé ciega pero pude estudiar hasta el 12 grado y graduarme de técnico en veterinaria.
Claro está que no podía hacer ese trabajo y cogí un curso de educadora de círculo infantil y continuaba la vida.
“Asi me fue relacionando con la Asociación Nacional de Ciegos de la provincia porque yo no quería estar encerrada en mi casa. Eso no está hecho para mi, y además tenía mi hija que ahora tiene nueve años de edad.
“Entonces como yo veía todavía un poco, por la ANCI me responsabilizaron para que guiara a los invidentes que se iban a rehabilitar en el Centro Nacional de la Habana.
“Así me fui adentrando en este mundo y empecé a trabajar en el taller hace nueve años. En ese tiempo veía todavía un poco.
¿Y cómo eres en tu casa?
“Mira, yo soy muy independiente. En la calle el bastón me es útil y he aprendido a manejarlo muy bien. En mi casa lo hago todo, y en cuanto a mi arreglo personal no necesito de nadie. Yo misma me maquillo, me arreglo como toda mujer que le gusta lucir bien.
“¿Qué cómo es mi familia conmigo? Maravillosa, a veces hasta se les olvida que no veo porque como yo soy tan independiente.
“Me gusta conversar con personas que hablen correctamente, que sean inteligentes y de mi discapacidad te diré que es duro ser joven y perder la visión cuando estás en la plenitud de la vida, pero hay que sobreponerse y eso es lo que hago constantemente”.
A la pregunta de nuetro fotógrafo de por qué no usa espejuelos ella, sonriente le dice...
“Ah, pero cómo voy a taparme los ojos si todo el mundo dice que los tengo muy bonitos. Nada de eso, déjame como estoy que yo me los pinto como cualquier otra mujer.
“Me preguntas qué si soy feliz, claro que lo soy porque he alcanzado casi todo lo que me he propuesto”
¿Algún enamorado?
“Tengo mi novio que también es discapacitado, mira es aquel de la silla de ruedas.
“Te repito, me siento bien aquí en el taller y además tenemos un buen administrador, muy humano y preocupado por el colectivo”.
Ese día admiré más a las personas que son como Roxana, que ve la vida no con el sentido de la vista, sino con el poder de la voluntad.
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